Nikauly de la Mota |
Es Navidad una época propicia para rememorar los mejores recuerdos de la infancia, esa etapa de la vida donde en nuestra alma existía el mayor grado de inocencia: creíamos en los reyes magos, creíamos en el acto de poner yerba y esperar que estos llegaran y según nuestra lista nos dejaran nuestros anhelados regalos, por eso nos íbamos temprano a la cama y de madrugada ya buscábamos debajo de ella para ver qué tan bien habían leído esa cartita que les escribíamos. A mí me daba miedo pisar por donde habían pasado sus camellos y verificaba qué tanto habían comido de lo guardado para ellos. Qué tiempos lindos esos.
La belleza del Villancico, el jolgorio del aguinaldo, la buena mesa en torno a la que se sentaba toda la familia, los bombillitos de colores que hacían magia en los ojos, vienen también a los recuerdos en esta hora. Las cosas no han cambiado: los niños aún sueñan y los cruza la magia, y las familias, con precariedades o no buscan siempre reunirse en torno a una mesa.
Es una época propicia por ello para hacer gestos, para volvernos y sacar de nosotros la parte solidaria. Y si hay alguien que tuvo gestos hermosos fue Jesús, el mismo Dios hecho hombre del que celebramos su nacimiento en esta época y el que para mí dejó sentada las bases de un liderazgo digno de imitar para algunos que quisieran ser líderes en estos tiempos y se pierden en el intento, por eso quiero traer a primer plano, a ese personaje que revolucionó y cambió el calendario.
Jesús es un personaje revolucionario en todo el sentido de la palabra. La frescura del Nuevo Testamento es él que se la provee, ya que tuvo gestos de abundancia: transformar agua en vino, multiplicó panes y peces, dejó que todos se les acercaran y demostró que con amor y perdón aún los más pecadores lograban ser grandes mujeres y hombres para los propósitos de Dios.
Hay un gesto de Jesús que no se puede pasar por alto en estas navidades: nació en un pesebre, lavó los pies a los humildes, y para poner colofón a una existencia gloriosa murió como el más común de los hombres: crucificado en un madero.
Es tiempo de que todos tratemos de emular a ese Cristo. Es tiempo de que entre todos tratemos de sacar ese espíritu solidario. Hay que dar hasta que duela como la madre Teresa enarbolaba.
Estoy segura de que si hacemos la imitación de ese Jesucristo dador y amoroso, nuestro país cambiaría. Llamo la atención de los que desmedidamente acumulan riquezas, bien habida o no, creyendo que no morirán y que el poder lo da lo material o lo político, recuerden que el poder absoluto viene de Dios.
Reflexionemos de dónde venimos, en quiénes nos hemos convertido y hacia dónde vamos. También sobre qué estamos haciendo y qué país estamos construyendo y ésta nos tocará responderla de manera honesta.
Aquí o allá la Navidad es hermosa. Con nieve o sin nieve, con papa Noél o con Santa, lo cierto es que el ambiente se ve arropado por un aire de hermosura. Me propongo abocarme a la solidaridad, a de mi tiempo sacar para hacer útil o feliz a alguien y a ver con optimismo el 2019 para mi país y para los dominicanos, los de aquí y los de allá.
Navidad, sinónimo del nacimiento del niño Jesús, y debe ser sinónimo de unión; de compartir, de dar, de recibir, de amar y de perdonar... y sobre todo de solidaridad. Un mundo solidario es al que todos debemos aspirar, en el que se repartan las bonanzas.
Feliz Navidad y Año Nuevo para todos, construyamos buenos tiempos para todos.
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