Tony Raful |
Un gran educador brasileño, Paulo Freire, pensador de ideas profundas, elaboró toda una teoría sobre la educación de cara a los nuevos tiempos y confrontando el tipo de educación tradicional, haciendo un ejercicio crítico que nos permite enfocar los desafíos del proceso de aprendizaje y preeminencia humana del desarrollo. Proponía Freire que era necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta, porque siempre estábamos escuchando una pedagogía de la respuesta, señalando la necesidad de una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado. Y establecía Freire que enseñar exige respeto a los saberes de los educandos, respeto a la autonomía del ser del educando, seguridad, capacidad profesional y generosidad. Y es que enseñar exige saber escuchar.
Freire recalcó el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas. El concepto revoluciona nuestro tradicional sentido de la carrera educativa. Nos reta a discutir críticamente nuestro papel histórico educativo.
Frente al desafío que implica la crisis social y espiritual de nuestro tiempo, es en la base de la formación y educación de nuestros estudiantes donde radica la posibilidad de trascender humana y socialmente. El filósofo francés Jean Paul Sartre, Premio Nobel de Literatura, en uno de sus ensayos sobre la rebelión estudiantil del año 1968 que estremeció a París, escribió que un esclavo analfabeto ayudó a Sócrates a redescubrir un teorema matemático. Freire dice que todos nosotros, incluso los analfabetos, sabemos algo. Y todos nosotros ignoramos algo, por eso aprendemos siempre. Es que alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra. Un poeta dominicano Manuel Rueda, escribió críticamente sobre el aprendizaje puro y simple de la repetición del alfabeto, cuando definiendo a un poliglota dijo que sabía todas las lenguas conocidas pero nunca hubo de decir nada nuevo en ellas. Se trata de afianzar la idea de que solamente modificando nuestro concepto sobre el alcance del proceso educativo podemos acceder a una integración del conocimiento y el crecimiento humano, porque el acto de educar supone una solidaridad con el educado, y el acto de ser educados por los educandos implica una interrelación cualitativa, de esencia democrática y participativa, porque es cierto que no hay una palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.
Los estudiantes que periódicamente se gradúan en nuestros Centros de Educación Superior, asumen una responsabilidad mayor, marchan hacia el seno de la sociedad competitiva, se enfrentan a la necesidad de emplear sus conocimientos en las diferente áreas para aplicarlos al país, para impulsar las fuerzas sociales y económicas de nuestra nación, atribulada por múltiples impedimentos y obstáculos, que menguan su capacidad de crear riquezas y fuente de empleos suficientes para impulsar el progreso y el desarrollo. Entran a un tiempo digital, el reino de la cibernética, al increíble salto tecnológico, y deben prepararse para ser exitosos sin ser egoístas ni permitir la deshumanización. Nadie puede reinar en medio de la desigualdad sin ser partícipe de los esfuerzos para concretar a través de la ciencia, el combate a las miserias sociales y humanas. Ellos no entran al paraíso sino a una sociedad desbalanceada, donde conviven formas primarias y modernas de la civilización. Entran al investirse a una sociedad que requiere de su integración como eje del desarrollo humano social. Los conocimientos no pueden constituir un depósito de informaciones, sino una herramienta de aplicaciones y de poderes creadores, capaces de suscitar un movimiento de ideas para adecuarnos a los retos del presente. El asunto toca directamente a los maestros, porque en el ámbito de la formación de los mismos, para garantizar la mejora de la educación, un plan del libro y de la lectura destaca como uno de sus objetivos, la formación de lectores de forma continuada. Los profesores son fundamentales, ya que, si no son lectores, no formarán nuevos lectores. Para volverse lectores no basta con cursos académicos, sino que hacen falta proyectos específicos de formación continuada en los que se tenga como punto de partida la experiencia lectora de cada uno. Esto se puede realizar mediante acciones presenciales o utilizando programas de educación a distancia, semi presenciales y modulares.
En esos lineamientos se adoptaron por su impacto e incidencia en las políticas sociales y económicas, las principales líneas estratégicas: El reconocimiento de la educación pública como el espacio privilegiado para hacer efectivo el derecho a la lectura y la escritura para todos. La creación y actualización de las bibliotecas escolares y otros espacios de lectura en las escuelas públicas, para contribuir a la formación de los alumnos y maestros como lectores y escritores. La creación del mejoramiento de los programas de formación inicial y continua, para docentes bibliotecarios y otros mediadores de la lectura y la escritura. La creación de programas de promoción de lectura y escritura dirigidos a la primera infancia y a la familia. El educador Paulo Freire ha dicho y nosotros repetimos: “Estudiar es una forma de reinventar, de recrear, de reescribir, tarea de sujeto y no de objeto. De esta manera no es posible, para quien estudia en esa perspectiva, alienarse con el texto, renunciando así a su actitud crítica frente a él. La actitud crítica en el estudio es la misma que es preciso adoptar frente al mundo, la realidad, la existencia. Una actitud de adentramiento, con la cual se va alcanzando la razón de ser de los hechos, cada vez más lucidamente”.
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