Alicia Estévez |
Opinión
Una mujer ora de rodillas ante el Santísimo, el Cuerpo de Cristo. Conversa con Dios. Observa la Hostia Consagrada y piensa en el testimonio que escuchó en su iglesia. Una joven afirmó haber visto el rostro de Jesús allí, en el pan consagrado. Esa muchacha pensaba que así era la hostia, que grabada en ella estaba la cara de Cristo. Pero, al conversar con otras hermanas, ocurrió que solo ella, y otra de las presentes ese día, habían tenido el privilegio de ver allí el rostro de Jesús.
De manera que la mujer que oraba de rodillas ante el Santísimo, y que estaba ahí el día en que la chica del testimonio vio la imagen de Jesús, le reclama a Dios: “A mí tú no te me has mostrado. A ella sí, deberías dejarte ver también de mí”, le dice. Cuenta que, dicho esto, continuó rezando, con los ojos cerrados y, en un momento dado, abrió los ojos. Entonces, en la hostia, que ha observado decenas de veces, en esta ocasión, están plasmadas dos manos, pero no dos manos cualesquiera, son las manos unidas, en señal de oración, de Jesús. Ella se queda en shock, sin dar crédito a lo que ve. Permanece allí, sola, observando esas manos que antes no estaban. Y decide, también, dar el testimonio. Así escucha otros.
En distintas ocasiones, y conversaciones, le cuentan. Alguien vio a un ángel que se paseaba por el pasillo de una parroquia durante una misa en un momento en que todos oraban de rodillas. Otra muchacha afirma haber visto un ángel en sueños y una señora mayor se emociona, hasta las lágrimas, al contar que la imagen de la virgen le regaló la del niño Jesús pese a que éste no figuraba en la representación de su madre.
Todas estas personas reconocen que solo hablan de esas experiencias con creyentes porque saben que, si lo dicen en otro contexto, podrían ser objeto de cuestionamientos, ¿su salud mental o su visión están fallando? ¿Se han fanatizado? De modo que estos testimonios, que sorprenden por lo abundantes, antes de ser creyente jamás se me habría ocurrido que existieran tantos, se los reservan para tratarlos entre cristianos.
El asunto está en que, incluso entre discípulos de Cristo, creer, si la experiencia es de otros, se hace difícil. Lo reconoce la misma señora que, de rodillas ante el Santísimo, vio aquellas manos sorprendentes. Dice que escucha los testimonios con escepticismo, sin atreverse a manifestar que, en realidad, duda. Si esto ocurre con alguien que ha visto, que será aquellos que no han sido testigos de estas maravillas.
Con razón, dicen que cuando al diablo le pidieron que eligiera entre la lujuria, la codicia o la duda, para hacer pecar a los hombres, escogió la duda. Sabe que a raíz de ella viene todo lo demás. Una fe que, aún ante las evidencias, duda es lo que él necesita para atraparnos.
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