Juan Lozano |
Opinión
Tranquilito estaba Duque en la mesa solemne del encuentro con el presidente de Ecuador cuando, según se ve en el video que se volvió viral, es el mismísimo Lenín Moreno quien rompe el protocolo, arranca a cantar y le pide al Presidente de Colombia que haga lo propio, a lo cual nuestro jefe de Estado accede sin ruego, y se jala una buena versión de ‘Cantares’, el poema inmortal de Machado que popularizó Joan Manuel Serrat.
Y, la verdad sea dicha, no lo hace nada mal. Más aún, Moreno y Duque afinaron tan bien juntos que uno esperaría que ese improvisado dúo musical rinda los mejores frutos extendidos a la compleja agenda binacional, para enfrentar los exigentes retos concurrentes de las dos naciones en materia de comercio, inmigración venezolana, narcotráfico y seguridad, empezando por la captura del tal ‘Guacho’.
Porque para un jefe de Estado cantar no está mal... pero debe gobernar bien. Yo, personalmente, prefiero al Presidente cantando de cara a la gente que haciendo acuerdos secretos, por debajo de la mesa. Lo prefiero cantando alto que manipulando bajo. Lo prefiero cantando a Serrat que untando ‘mermelada’. Y lo prefiero sonriente que amargado. Alegre que apesadumbrado. Optimista que derrotado.
No obstante, el ejercicio del poder lleva a que hasta los actos más inocentes del ser humano que ejerce la presidencia adquieran inevitables dimensiones públicas o políticas, y cuando ello sucede es responsabilidad de todo el equipo de gobierno interpretar y procesar las sensibilidades colectivas para que un episodio intrascendente no termine en munición para los críticos, herramientas para la oposición o en un pretexto para golpear la tarea de gobierno.
En ese sentido debe entender todo el equipo de gobierno que el pueblo colombiano está irritado con la reforma tributaria. Justa o injustamente, esa es otra discusión; hay una profunda indignación frente a la idea, ya sepultada por demás, de ponerles IVA a muchos productos de alimentación básica en la canasta familiar. Y cuando la gente está indignada e irritada por lo que ocurre con su bolsillo, lo último que quiere ver es a su Presidente cantando y a su comitiva diplomática haciéndole coro y aplaudiendo.
Iván Duque es un hombre bueno, transparente, estudioso y disciplinado. Por eso, precisamente, resulta injusto que se pretenda desdibujar su imagen haciéndolo aparecer como un liviano frivolón. Para evitar que eso suceda, de ahora en adelante debe procurar que no sean solamente sus palabras las que hablen por él, sino también su agenda pública y el desarrollo de esta.
Y debe ir más allá. Algunos funcionarios lo están dejando solo en las peleas. Quien quiera formar parte de un gobierno debe entender que tiene que jugarse a fondo por defender al presidente y su proyecto. El Presidente no puede ser el amortiguador único de los ataques, sobre todo cuando estos provengan de errores que han cometido otros funcionarios.
Belisario Betancur
Inmensa tristeza me produjo la partida de Belisario Betancur, de cuya amistad y hospitalidad pude disfrutar y aprender tanto. En nuestras últimas conversaciones, cargadas de evocaciones maravillosas, con la compañía grata de la valiente Dalita, recordé con emoción la historia de mi abuelo materno, Pachoeladio Ramírez, quien, como él, provenía de un pueblito campesino y lo acompañó con entusiasmo en su trasegar político. “Procuro, Juan, recordar esos años para no olvidar nuestras raíces, que le dan sentido a la existencia”.
Belisario fue un hombre bueno, y aunque las tormentosas circunstancias del Palacio de Justicia lo pusieron en los reflectores de la crítica, demandando de él unas verdades que quizás él mismo tampoco supo en su momento, lo recordaremos como un humanista integral que procuró por muchos caminos que Colombia fuera mejor. ¿Dejaría escrita alguna memoria inédita? A los suyos, mi abrazo de afecto y solidaridad en esta hora triste.
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