Pedro X. Valverde Rivera |
Opinión
Sentado en las gradas de la emblemática Liga Infantil de Béisbol Miraflores de Guayaquil, transportado a esa realidad paralela donde no entran los problemas cotidianos ni la presión de la ciudad de la furia, disfrutando el viento de una noche de junio, que más bien parece de agosto, me aprestaba a ver un juego béisbol amateur.
De pronto, sumergido en la tribuna, a mi lado encontré a una pareja de adultos mayores, muy animados, comentando cada jugada como si se tratase de las grandes ligas. Que si fue strike, que si el pitcher tiene control, que el bateador tiene buen swing, que si el right field no cubrió el tiro a primera, etcétera.
Mientras avanzaba el partido intercambiamos uno que otro comentario, y entonces descubrí que eran venezolanos; del estado Falcón para ser más preciso.
Me contaron que tienen pocos meses en la ciudad, que estaban apoyando a su hijo que era el coach de uno de los equipos que en ese momento estaban jugando, que les gusta la ciudad, que la sienten muy parecida a su Venezuela natal.
De pronto, el señor bajó las gradas para comprar un vasito de maní. Nada sencillo considerando que son muchas gradas. Al poco tiempo volvió y se lo entregó a la señora, cual ramo de flores. Y siguieron juntos disfrutando del béisbol, comiendo maní y acurrucados por el sabroso “frío” guayaquileño.
No fue necesario preguntarles por qué están en Guayaquil o si extrañan a su patria querida, a su barrio y a los amigos.
Las respuestas a esas preguntas eran más que evidentes.
Qué injusto que en el ocaso de sus vidas, en la etapa en que se merecen disfrutar la cosecha de su siembra en este mundo, tengan que volver a comenzar en territorio extraño; injustas víctimas de la tragedia chavista, que destruye familias sin compasión, que desangra al querido pueblo del que tantos buenos recuerdos guardo.
Debo confesar que me resultó inevitable pensar cuán cerca estuvimos de transitar ese mismo calvario. Como ya lo he dicho varias veces en esta columna, ojalá hayamos aprendido la lección y nunca más nos gobierne el odio con todos los poderes del Estado en su mano.
Entonces, y mientras escribía estas letras que he pulido para compartirlas con usted, amigo lector, pude entender que la Liga de Béisbol Miraflores hoy tiene una nueva razón de existencia (además de formar ciudadanos de bien a través de los valores que transmite el béisbol): ser medicina para el alma de nuestros hermanos migrantes del país llanero, que ven en ella un espacio de encuentro con sus raíces, con su querida “pelota”.
Fui a ver béisbol, y salí sobrecogido por esta historia de adversidad, raíces y amor.
¡Bendito béisbol!(O)
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