Fabiola Santiago |
A la maquinaria de deportación del presidente Donald Trump no le importan las dictaduras, el chavismo, el castrismo o el comunismo en nuestro hemisferio.
En el libreto político antihispano de Trump, nadie está a salvo de la draconiana política de cumplimiento a rajatabla de las leyes de inmigración, y eso significa que exiliados venezolanos que viven entre nosotros, incluso los que tienen hijos nacidos en Estados Unidos, enfrentan también la deportación.
¿Se olvidó Trump de esa dictadura latinoamericana —que se afianzó en el poder con una elección fraudulenta hace pocos días— y de todas las sanciones que su gobierno ha impuesto a varios altos funcionarios venezolanos?
Eso es exactamente lo que parece.
Las solicitudes de crear un estatus de protección temporal para los venezolanos han sido ignoradas, y ahora venezolanos como Milagros Yanes —mujer de negocios y madre de dos hijos cuya estancia en Estados Unidos fue prorrogada por administraciones anteriores— enfrenta la deportación tras vivir en el sur de la Florida los últimos 20 años.
“El nuevo gobierno [de Trump] no quiere personas como usted en este país”, dice Yanes que le dijeron cuando fue a una cita de seguimiento en la oficina de la Patrulla Fronteriza en Miramar poco después que Trump asumió el cargo.
Ahora esta venezolana tiene puesto un grillete electrónico en el tobillo, como si fuera una delincuente. Tuvo que vender su casa en Brickell, almacenar sus pertenencias y la familia vive en casa de una amistad mientras esperan la deportación.
No tiene sentido penalizar a las víctimas de un régimen en crisis que han buscado refugio en el sur de la Florida cuando Trump recibe en la Casa Blanca a la esposa de un líder opositor encarcelado por Maduro, y toma una postura dura sobre Venezuela y estudia imponer más sanciones en momentos que el país sufre un nivel de hambre tal que ya están muriendo niños.
¿Fue el encuentro y las fotos que Trump se tomó con Lilian Tintori, el vicepresidente Mike Pence y el senador floridano Marco Rubio solamente un acto de relaciones públicas? ¿O fue su interés en Tintori en esa encuentro en el 2017 tan trivial como el hecho de que ella fue una estrella en la versión venezolana de Survivor?
¿O fue la foto, tomada varias veces hasta que Trump se contentó con su pose de los pulgares hacia arriba bajo un retrato de Andrew Jackson, tomada simplemente para la diversión del presidente?
La deportación de venezolanos resta fuerza a la credibilidad de la política exterior de Trump. Cualquiera que sea lo que quede de ella, naturalmente, para un presidente que alaba a Vladimir Putin, Kim Jong Un y a una larga lista de caudillos en todo el mundo. Cualquier cosa que quede para un presidente a quien le gusta tanto la autocracia que critica a las instituciones estadounidenses y el sistema de contrapesos del poder ejecutivo, olvidando que preside una democracia.
Sin embargo, uno pensaría que con los cubanoamericanos Rubio y el representante Mario Díaz-Balart, republicano por Miami, diciéndole al oído a Trump lo que debe hacer sobre Venezuela y Cuba —y alimentando las políticas del presidente— los venezolanos tendrían al menos alguna influencia y protecciones en el gobierno de Trump.
Nada de eso.
La deportación de venezolanos ha aumentado 36 por ciento, de 182 en el 2016 a 248 en el 2017, reportó el Nuevo Herald, citando estadísticas del gobierno. Entre enero y abirl de este año han deportado a 150. Esas cifras no incluyen a personas que, enfrentadas a las duras políticas de Trump, han abandonado el país voluntariamente para no perder la oportunidad de conseguir en el futuro una visa estadounidense de turista para ir y venir.
Pero miles enfrentan la incertidumbre y, si la situación se mantiene, enfrentan también la deportación a una dictadura en una profunda crisis socioeconómica.
En otros tiempos de cordura política, la delegación legislativa bipartidista de Miami tenía el poder para corregir este tipo de situación.
Una carta o una llamada al director de distrito de Inmigración sobre un caso humanitario —o injusticia— particularmente preocupante por lo general significaba que una familia se salvaba de la deportación.
Pero lo que existe hoy son dictados unilaterales de Trump que no dejan margen a la discreción, análisis de casos o alivio humanitario.
Pero solamente podemos culparnos a nosotros mismos.
Todos los cubanos, venezolanos y latinoamericanos que votaron por Trump han facilitado estas deportaciones y cualquier infortunio que les espere a Milagros Yanes y a sus vulnerables hijos, Andrés e Isabela, estadounidenses que tendrán que abandonar su país.
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