Una selección para la que estar en un Mundial ya es un éxito, como Irán, tiene dos opciones antes de encarar el duelo ante una de las señalada favoritas. Alejada de la valentía, optó por el camino más rácano, el de afear el fútbol. Buscó instalar la desesperación a una España que encaró un ejercicio de paciencia y sufrió de lo lindo.
La rápida circulación en una posesión insultante, de picos del 85%, el movimiento en los últimos metros y una precisión que faltó en la zona que daña planteamientos ultra defensivos eran clave. España necesitaba un tanto que abriese un duelo incómodo. La inspiración de Isco, Iniesta o Silva en un último pase que tardó en llegar.
El examen a la paciencia no podía empujar a la desesperación ni a la duda. Las faltas para frenar su fútbol fueron continuas, la dureza para no acceder al otro lado del muro. Una defensa de seis que protegía la seguridad de su portería. Hierro esperaba ese partido, diez jugadores defendiendo por detrás del balón, y apostó por Lucas Vázquez buscando abrir el campo.
Reaparecía Carvajal en una defensa que a buen seguro con Lopetegui habría sido de tres desde el inicio. España, lejos de estar cómoda con el sonido de vuvuzelas en la grada que le trasladaba al éxito de Sudáfrica, torcía el gesto con el paso de los minutos. Incómoda para asociarse en corto en la zona de peligro, sin espacios, y errática en el desplazamiento en largo cuando buscaba el balón en largo.
Son encuentros en los que su 9 sufre. Le faltaban centros desde los costados para rematar y eso que el regreso de Carvajal aumentaba la profundidad en la derecha. Pero la continuidad que deseaba España, que hasta los 25 minutos no disparaba a puerta con una falta centrada de Silva, era frenada con perdidas de tiempo y lesiones fingidas.
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