Santo Domingo - La República Dominicana tomará este año un rumbo sui géneris. Las circunstancias que primaron en el 2017 serán determinantes. Empezando porque ya el gobierno decretó que el recién pasado año fue excelente y que este 2018 será mejor. O sea, que debemos continuar abrazados a la manoseada consigna de lo positivo, para seguir siendo más “felices y optimistas”.
En todo caso se admite un sólido crecimiento económico del país, que en 2015 fue el mayor de América Latina con un 7 %, desplazando del primer lugar a Panamá. Pero desde entonces nuestra economía ha ido cayendo en una ralentización.
El propio Banco Central estimó un crecimiento de solo 4.2 % a noviembre del año pasado. Mientras la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyecta el crecimiento económico de República Dominicana de 5.1 % para 2018.
Pero cuál es el quid de la cuestión. Sencillamente, que ese sostenido crecimiento económico tiene pies de barro. La advertencia de todos los organismos internacionales como el Banco Mundial (BM), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la propia CEPAL es que no se ha reflejado en mejores índices de desarrollo humano.
En buen dominicano esto se traduce en una trágica paradoja, que no solo conduce al país por un endeudamiento desenfrenado y presupuestos deficitarios. Significa que persiste la pobreza, en muchos casos extrema. Que hay una gran inequidad social, una desigualdad en la distribución del ingreso, en la evolución de los salarios, en los servicios de salud, agua potable, electricidad y transporte. Aunque debemos reconocer los esfuerzos dirigidos a mejorar educación y vivienda.
Las propias estadísticas oficiales establecen que la incidencia de la pobreza monetaria, referente a la cantidad de personas de hogares con un ingreso percápita por debajo de la línea de la pobreza general, se situó en 30.5 % de la población. Esto es 3,213,740 personas en 2016 y se proyectó una reducción de la pobreza de tan solo 11.8 % en los últimos cuatro años.
Más aún, en República Dominicana persistieron también de manera preocupante la inseguridad ciudadana, una alarmante violencia de género e intrafamiliar, mientras se pierde el respeto por la vida y por los valores, y se va imponiendo la ley de la selva.
Los escándalos de corrupción se suceden uno tras otro en el país, liderados por numerosas instituciones gubernamentales y por importantes estamentos del Poder Judicial. Todo ello caracterizado por una impunidad espeluznante, que ha exacerbado la conciencia ciudadana catalizada por las multitudes del movimiento Marcha Verde.
Todo esto se ha precipitado cuando el liderazgo político envía señales inequívocas a la población dominicana de que por encima del país están sus intereses personales y de sus seguidores. Que no les interesa legislar a favor del consenso ciudadano ni cumplir las leyes vigentes, si las premisas no benefician a sus propósitos electorales o económicos.
El 2018 nos llega, entonces, cargado de todas estas expectativas, con el ingrediente de que nos sitúa a dos años de unas elecciones donde estará en juego todo el poder del Estado: presidencial, legislativo y municipal.
La pesadilla ha comenzado, sin que ello se entienda que se adopta una consigna negativa en el campo de las ideas políticas. El presidente Danilo Medina lo sabe, al igual que el expresidente Leonel Fernández y la dirigencia de la oposición. Mientras tanto hay que prepararse para recordar todo el año a las estrellas de La Fania All-Stars y su mundialmente famosa producción musical: “Quítate Tú...Pa’ Ponerme Yo”.
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