Por: José Álvarez Días
China dio hoy un nuevo paso histórico en la apertura al mundo de su
sistema económico y financiero, con la puesta en marcha oficial de la
nueva zona de libre comercio de Shanghái, un área experimental llamada a
revolucionar su propio peso en la economía internacional.
Shanghái, que ya es la capital financiera y comercial de China y
cuenta con el puerto mercante más activo del mundo, se dota así desde
hoy de un área donde experimentará, formalmente ya fuera de las
fronteras chinas, qué ocurre si permite el libre cambio del yuan o deja
los tipos de interés bancario en manos del mercado.
Tras una ceremonia a la que asistió el ministro chino de Comercio,
Gao Hucheng, junto al secretario general del Partido Comunista de China
(PCCh) en Shanghái, Han Zheng, la nueva zona empezó a operar hoy como
tal, para lo que tendrá normas especiales distintas a las del resto del
país, al menos hasta 2016.
La idea del Gobierno chino es que durante esos primeros tres años la
zona sirva para poner a prueba reformas económicas y un sistema de
regulaciones que le permita llevar a cabo más pasos de apertura con
éxito, por lo que en 2016 se evaluará su funcionamiento, explicó Dai
Haibo, subsecretario general del Gobierno de Shanghái.
Según Dai, también subdirector del Comité Administrativo de la Zona
Piloto de Libre Comercio de Shanghái, en el nombre oficial que el área
toma desde hoy, cuando pasen esos tres años, hacia octubre de 2016,
China decidirá lo que hacer a continuación, aunque en principio se
espera que se dé lugar a otra nueva tanda de reformas.
La zona funcionará como "un campo experimental para ensayar reformas
económicas" y promover un mayor desarrollo, a través del comercio
internacional, que facilite la expansión del crecimiento chino a todo el
país, declaró en su apertura Gao.
Para hacer todo esto posible, las normas nacionales y locales que
regulan la inversión extranjera en Shanghái serán suspendidas dentro de
la zona de libre comercio durante al menos tres años, a partir del
martes, 1 de octubre, simbólicamente Día Nacional de China, tras lo cual
se evaluará si continuar con más reformas en la zona.
Un primer grupo de 25 empresas chinas y extrajeras recibió esta mañana su permiso oficial para instalarse en la nueva zona.
Este "mini-Hong Kong" en las afueras de Shanghái, como le ha llamado
la propia prensa hongkonguesa, será la primera zona de este tipo en
territorio continental chino bajo el Convenio de Kioto, y competirá con
otras zonas similares asiáticas, como la de la ex colonia británica, la
surcoreana Busán o la propia Singapur.
Su creación, anunciada por sorpresa en julio, aprobada en agosto y
puesta en práctica desde hoy, en apenas tres meses, sólo se explica
porque nace con instalaciones logísticas ya existentes, y porque se
trata de un proyecto defendido como una necesidad por el nuevo Gobierno
chino, aunque afrontó una fuerte oposición interna.
El propio primer ministro, Li Keqiang, cuyo Ejecutivo tomó posesión
en marzo, arriesgó todo su capital político por hacer posible la nueva
zona, a pesar de la fuerte resistencia que encontró entre los propios
organismos económicos chinos, como sus reguladores del mercado de
valores y del sector bancario.
Esto parece indicar la determinación del nuevo Gobierno por hacer
reformas económicas y dar pasos en la apertura del mercado chino
difíciles de imaginar durante la década anterior.
Li parece querer demostrar con Shanghái cómo su plan económico puede
salvar a China de un aterrizaje forzoso, tras tres décadas de rápido
crecimiento continuado.
Su receta económica (no a los estímulos ni a la inyección de capital
desde Pekín, como se hizo ante el inicio de la crisis internacional, en
2008, y reformas estructurales para la apertura del mercado) puede
suponer ahora una ventana de apertura, en Shanghái, para la inversión
extranjera en sectores antes vedados.
Los bancos extranjeros podrán abrir filiales controladas
completamente por ellos dentro de los límites de la zona franca, al
igual que las operadoras de telecomunicaciones, mientras que los
mercados internacionales de materias primas, como la Bolsa de Metales de
Londres, podrán tener allí sus propios almacenes.
De ahí la fuerte oposición de los reguladores, aunque Li parece
pretender sobre todo estimular la economía china interviniendo menos
desde el Estado y facilitando más la inversión extranjera.
Algunos analistas señalan que Li y el presidente Xi Jinping están
condenados a reformar el sistema económico chino, ante el riesgo de un
frenazo repentino de su crecimiento de las últimas décadas, que podría
extenderse como un descontento social poco deseable para la estabilidad
del Partido Comunista (PCCh) al frente del país.
Todo mientras ese crecimiento chino tiende a ralentizarse por la
caída de sus exportaciones, por lo que Pekín quiere evolucionar hacia
una economía más orientada a los servicios y más movida por el consumo,
mientras trata de que el yuan, hoy la novena divisa más usada del
planeta, llegue a serlo tanto como el euro y el dólar.
De ahí el proyecto oficial de que Shanghái sea uno de los principales
centros financieros y comerciales del planeta en 2020, con una
influencia mundial comparable a la de Londres o Nueva York, aunque eso
sólo será posible con un sistema financiero y jurídico abierto y
transparente capaz de competir con ellas.
Queda por ver ahora hasta qué punto será capaz Pekín de soltar las
riendas de su crecimiento en la nueva zona, como para que Shanghái logre
de verdad ese lugar en la economía mundial.
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